
OLIGOPOLIOS MEDIÁTICOS
La derecha política y mediática suele decir que “la mejor política de comunicación es la que no existe” y que las empresas privadas, desarrollan una “actividad privada de interés público”. De la misma forma, dicen, la “autorregulación”, hace innecesaria cualquier medida legal que garantice la independencia de los medios informativos, que vaya más allá de la constitución de 1978. No quiere oír hablar, ni de broma, de políticas públicas de comunicación. Este término que no levanta suspicacias ni temores si se aplica la educación o a la cultura, se transforma en una invocación al diablo cuando se asocia a los medios. Hay además otro hecho notable: la profesión periodística comparte la misma idea, de forma que cualquier tentativa gubernamental de dar coherencia su sistema de medios, de permitir el acceso de la sociedad civil a los medios masivos, de garantizar la calidad de los programas y la veracidad de las informaciones y, sobre todo, de garantizar la pluralidad de emisores no solo levantará la protestas de las patronales la AMI (antes AEDE) o UTECA, sino también la de las asociaciones profesionales. Todo ello, a pesar que, ya desde hace tiempo, la Asociación de la Prensa de Madrid (la de más asociados de España), viene recogiendo en sus informes anuales que, más de la mitad de la profesión, reconoce haber sufrido presiones de los dueños de su medio, o de sus directores. En España, desde las primeras elecciones democráticas de 1977, no ha existido una política de comunicación orientada a que los medios, de forma coherente, integrada y duradera, sirvieran verdaderamente a las demandas de los ciudadanos. Todo lo contario, las clases dominantes, desde Suárez a Rajoy se han beneficiado de la renuncia de cada gobierno a diseñar, debatir públicamente y llevar al Congreso, una Política Nacional de Comunicación, de forma que podemos seguir el mismo hilo conductor desde la muerte de Franco hasta hoy. Esta renuncia ha sido particularmente notoria en lo referente a la concentración de la propiedad de los medios, en el contexto de la concentración general de los medios en todo el mundo, que, en Europa, que se caracterizó por:
1) La concentración de los medios de comunicación, a gran escala, se dio más tardíamente que en los Estados Unidos, afectando -desde el final de la segunda guerra mundial hasta mediada la década de los setenta- a la prensa y la radio. La televisión, con las únicas excepciones de Gran Bretaña, Finlandia y Luxemburgo, se mantuvo bajo la forma de «servicio público» explotado por los Estados en régimen de monopolio.
2) La reconversión tecnológica y la gran crisis de los años setenta, golpearon especialmente al sector de los medios impresos, favoreciendo la aparición de grandes cadenas, al tiempo que se reducían el número total de cabeceras en todos los países. A mediados de los años setenta, la prensa europea está en manos de un reducido número de propietarios que serán uno de los sectores mejor colocados para hacerse con las primeras emisoras de televisión privada en todo el continente.
3) Mientras la televisión se mantuvo en el sector público, los bancos y los conglomerados industrial tuvieron una presencia menor y menos activa que en el caso, por ejemplo, de los Estados Unidos, aunque ya tenían sus tentáculos en los medios impresos.
4) La liberalización salvaje del audiovisual determinó la primera gran oleada de concentraciones, desde mediados la década de los setenta. De grandes cadenas editoras y grandes cadenas de radio, se pasó a grandes cadenas multimedia en las cuales participaron, a gran escala, los conglomerados industriales y los bancos que, a la postre, jugaron un papel definitivo desde principios de los años ochenta. En la década de 1990, se produjo una oleada aun mayor al liberalizarse el sector de las telecomunicaciones. En ambas oleadas los bancos fueron jugando un papel cada vez más activo, hasta llegar a controlar paquetes muy significativos de acciones en casi todos los multimedia europeos.
5) Un mapa político muy favorable a los grandes procesos de concentración, que se va delineando de la mano de los dos grandes políticos conservadores de los últimos años del siglo XX, Margaret Thatcher y Helmut Kohl, que tiene, paradójicamente, una perfecta sintonía con la política de los partidos socialistas de Europa Occidental. Por ello, la Unión Europea ha sido incapaz de tomar una sola medida anti concentración en el sector de los medios. No lo hizo en el caso de la “Directiva sobre la Televisión sin fronteras” (1989) y esquivó las conclusiones de “Libro Verde sobre concentración y pluralismo” (1992) decidiendo no hacer absolutamente nada. En el siglo XXI, ya no se trata de que los medios están participados por las élites del sistema, es que les pertenecen.
