La verdad según Yo: anatomía de una autobiografía que se absuelve a sí misma

Por Fernando Quirós

Hay libros que se escriben para comprender el pasado y libros que se escriben para protegerlo de cualquier interpretación futura. Por decir la verdad pertenece a esta segunda especie. No es una memoria, sino una fortaleza. No es un testimonio, sino un dispositivo de autolegitimación. No es un ejercicio de introspección, sino una operación de propaganda personal cuidadosamente diseñada para que la historia reciente de España se convierta en un escenario donde solo existe un protagonista posible: su autor.

El libro levanta un relato donde Pedro J. Ramírez aparece siempre como héroe, mártir y centinela. Todo lo demás —la complejidad, la duda, la responsabilidad— queda fuera de plano. La verdad que promete no es una búsqueda, sino una propiedad privada. Una verdad administrada, pulida y dramatizada para que encaje en la épica del yo.

La muralla del yo

El libro no narra una vida: la fortifica. Cada episodio se reorganiza para sostener una imagen sin fisuras, una figura que nunca duda, nunca vacila, nunca se equivoca. El autor se presenta como el periodista insobornable que paga un precio altísimo por decir lo que otros callan. Pero el texto evita cualquier pregunta que pueda erosionar ese pedestal. No se interroga por su papel en campañas mediáticas, ni por la amplificación de filtraciones interesadas, ni por la espectacularización del escándalo. Tampoco por la polarización creciente o por la erosión de la credibilidad periodística.

Todo eso desaparece porque la narrativa exige que él sea siempre el débil frente al fuerte, el perseguido frente al perseguidor, el héroe frente al sistema. Los demás actores —políticos, jueces, empresarios, periodistas— entran y salen como sombras que solo existen para reforzar su figura. El poder real que ejerció, un poder capaz de condicionar agendas y moldear percepciones, queda cuidadosamente borrado. La muralla del yo no admite grietas.

La épica del intocable

El libro despliega una mitología profesional que no describe el periodismo: lo sustituye. Presenta la intervención mediática como sacrificio moral, la estrategia como valentía, el cálculo como integridad. Recupera la vieja coartada del “contrapoder” para justificar cualquier operación como si fuera resistencia democrática. Pero lo que ofrece no es análisis, sino un espejo deformante donde el autor se contempla a sí mismo como héroe solitario.

La obra no explica la polarización: la reproduce. No ilumina el poder mediático: lo oculta. No cuestiona la cultura del escándalo: la celebra. Y lo hace mediante un silencio que pesa más que cualquier afirmación. Silencio sobre la responsabilidad del periodismo en la degradación del espacio público. Silencio sobre la concentración mediática, la dependencia económica, la precariedad profesional. Silencio sobre la instrumentalización de la información y la alianza entre poder mediático y poder económico.

Ese silencio no es casual. Es el cimiento que sostiene la épica del intocable.

La verdad como propiedad privada

El título promete una verdad que el libro no entrega. Por decir la verdad no es un ejercicio de memoria, sino de administración de la memoria. No reconstruye el pasado: lo fabrica. No interpreta la historia: la acomoda. La verdad no se busca, se decreta. La ambigüedad desaparece. La complejidad se borra. La responsabilidad se diluye.

El autor se convierte en héroe, víctima, visionario y centinela. Todo a la vez. Y la pregunta esencial —qué responsabilidad tiene el propio periodismo en la degradación del espacio público— queda cuidadosamente esquivada. Responderla implicaría desmontar el mito que sostiene toda la obra. Un mito que se presenta como legado, pero que funciona como dogma.

La lápida del mito

Al cerrar el libro no se tiene la sensación de haber leído una memoria, sino de haber asistido a la construcción de un monumento. Un monumento que no se levanta para comprender el pasado, sino para sepultarlo bajo una versión única. Un monumento que no deja aire ni preguntas. Un monumento que pretende sobrevivir a la crítica, al tiempo y a la evidencia.

Pero en su intento de blindar el mito, el libro revela aquello que quería ocultar. Que el periodismo que se narra a sí mismo como infalible es un periodismo que ya no puede mirarse de frente. Que el periodista que se presenta como víctima perpetua es incapaz de reconocer su propio poder. Que la autobiografía que se absuelve no es memoria, sino propaganda. Que la verdad administrada desde el yo no es verdad, sino relato.

La frase que el libro no puede permitirse

Hay autobiografías que se escriben para entender una vida. Y hay autobiografías que se escriben para impedir que alguien la cuestione.

Por decir la verdad pertenece, sin duda, a esta última categoría.