
Fernando Quirós. Catedratico de Periodismo
Después de cuarenta años enseñando en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, he decidido publicar este libro como un acto de despedida. No es una despedida triste, sino serena. No nace de la necesidad de cumplir con métricas académicas ni de intervenir en polémicas del presente. Nace de algo más profundo: una necesidad interior, casi visceral, de decir lo que aún me queda por decir.
Este libro no es una recopilación casual de textos. Es el reflejo de una trayectoria, de una forma de entender el periodismo y la enseñanza. A través de sus ensayos, recojo los temas que han atravesado mi docencia durante cuatro décadas: la estructura de la información, sus mutaciones técnicas, sus implicaciones éticas, su poder simbólico. Pero más allá de los contenidos, lo que comparto aquí son convicciones. Rastros de vida. Reflexiones nacidas entre clases, congresos, lecturas nocturnas y preguntas difíciles.
He defendido siempre —a veces con cierta terquedad— un periodismo con alma de filosofía. Un periodismo que incomoda, que interroga, que no se vende al mejor postor. Que se sitúa, como decía Camus, del lado de quienes sufren, no de quienes mandan. Y eso es lo que he intentado enseñar: que el periodismo no está para decorar el mundo, sino para incomodarlo. Que cada pregunta incómoda vale más que cien certezas complacientes.
Sé que este será mi último libro. No porque no tenga más ideas, sino porque siento que lo esencial ya está dicho. Este texto no es mi última clase. Es: mi última crónica, mi último alegato.
Después de tantos años, me fatiga un sistema que confunde investigación con rendimiento y reflexión con productividad. He sentido el desgaste de ver cómo el pensamiento se somete a métricas que no miden ni la pasión ni la ética. He visto cómo la burocracia académica convierte la vocación en trámite, y cómo la creatividad se ahoga bajo el peso de evaluaciones estériles.
Al final del camino, he contemplado —con más pena que rabia— cómo mi Universidad Complutense maltrata a sus profesores más veteranos por no tener lo que llaman un “sexenio vivo”. Como si la dignidad docente caducara cada seis años. Como si el compromiso, la entrega, la coherencia, no valieran nada sin un sello administrativo que certifique su vigencia.
La última medida ha sido especialmente dolorosa: la UCM ha eliminado las exenciones docentes para aquellos profesores que no tengan un sexenio de investigación activo, afectando directamente a docentes con una sólida trayectoria investigadora. Esta decisión no solo insinúa injustamente que quienes no poseen un sexenio reciente no están trabajando, sino que además los castiga con mayor carga docente sin valorar sus contribuciones previas a la universidad. Más allá de una decisión académica, parece responder a criterios económicos, priorizando la reducción de costes sobre el reconocimiento del profesorado experimentado y su impacto en la comunidad universitaria.
No tengo un “sexenio vivo” ni por pereza ni por desidia, sino por convicción. Porque negarse a someterse a la ANECA no es abandono: es resistencia. Es una forma de decir “no” a un sistema que premia la cantidad sobre la calidad, la obediencia sobre la crítica, el expediente sobre el pensamiento. Es una forma de defender que la docencia no puede medirse en índices, ni la escritura en algoritmos.
No es una renuncia amarga, sino un gesto de coherencia. Seguiré escribiendo, pero sin etiquetas ni evaluaciones, solo por el placer —y la necesidad— de seguir pensando y compartiendo. Quiero que este libro marque ese tránsito: del deber al deseo, de la exigencia al sentido. Que sea una declaración de independencia intelectual. Que sea, también, una forma de decir que aún hay espacio para la dignidad en la enseñanza.
No espero que guste a todo el mundo. Nunca escribí para eso. Pero sí espero que quienes lo lean encuentren una voz honesta, una mirada coherente, una insistencia en pensar. Este libro no pretende dejar escuela, pero sí sembrar inquietudes. Cada página está escrita desde la experiencia, desde la memoria, desde el afecto. Es un testimonio de vida intelectual, pero también emocional.
Gracias a quienes me acompañaron en el camino. A mis colegas, a mis estudiantes, a mis lectores. Este libro es para ustedes. Y es, sobre todo, un acto de entrega. Porque enseñar es resistir. Y escribir, incluso al final, puede seguir siendo un gesto de dignidad.


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