Feliz y poético día, Julia

Fue ayer. Ayer, finalmente, el cáncer la derrotó. Julia, mi amiga, mi compañera en esta lucha que nunca pedimos, se ha ido. Y aunque no fui uno de sus amigos más antiguos, nadie mejor que yo puede entender su batalla. Porque apenas supimos de la suya, yo recibí el mismo diagnóstico. Dos caminos paralelos, dos destinos entrelazados por la enfermedad, pero Julia llevaba la peor parte: su cáncer era inoperable. No tuvo siquiera la oportunidad de pelear con bisturí. Su única arma fue la esperanza, y con ella se enfrentó a lo imposible.

Julia, que era voz. Voz cálida, firme, cercana. Profesional de la radio, docente apasionada, comunicadora nata. Su vida giraba en torno a las palabras, a los sonidos, a la capacidad de transmitir emociones a través del aire. El cáncer de pulmón amenazó con arrebatarle lo que más la definía, lo que era su esencia. Y sin embargo, nunca dejó de ser ella. Nunca dejó de hablar, aunque fuera en susurros. Nunca dejó de enseñar, aunque fuera desde la distancia. Nunca dejó de escribir, aunque el dolor le temblara los dedos.

Cuando se fue a casa, no fue para rendirse. No fue una retirada, fue una reconfiguración de la batalla. Siguió escribiendo, siguió leyendo, siguió hablando, aunque el cáncer no quería que lo hiciese. Se fue a probar tratamientos, uno tras otro, con la esperanza de que, aunque su cáncer no podía curarse, la medicina pudiera al menos retrasarlo. Y ahí estuvo Julia, en la trinchera, resistiendo asalto tras asalto del enemigo, hasta que ya no pudo más. Luchadora. Mujer valiente donde las haya. No se rindió nunca. No se quejó nunca. No pidió compasión, solo tiempo. Tiempo para seguir siendo ella.

En 2020 se vio obligada a retirarse de la docencia. Fue un golpe duro. Enseñar era su vocación, su manera de dejar huella. Nos vimos poco desde entonces, pero nosotros dos, ese par de veteranos —porque teníamos la misma edad— nos las apañamos para seguir en contacto. Yo le contaba de mi lucha, y ella me contaba de la suya. Se alegraba más que nadie de mis buenos diagnósticos, y callaba siempre los suyos. Siempre se mostraba contenta, y llenaba mi WhatsApp de stickers divertidos, tiernos, ingeniosos. Cada fin de semana recibía un mensaje suyo que siempre comenzaba con la misma frase: “Feliz y poético día”. Y después, como si fuera un ritual secreto entre nosotros, me regalaba un poema. Cada vez de una autora o autor diferente. A veces era Neruda, otras Benedetti, otras una voz nueva que ella había descubierto. Era su forma de decirme: “sigue adelante”, “vive con belleza”, “resiste”. Era su manera de estar presente, de abrazarme sin tocarme, de sostenerme sin palabras explícitas.

Desde mediados de agosto dejé de recibirlos. No podía suponer que era porque ya no podía enviarlos. Pensé que estaría cansada, ocupada, quizás simplemente desconectada. Y me duele no haberla llamado, no haberle escrito. Me duele haber asumido que el silencio era pasajero. Porque ayer, en este septiembre que se acaba, recibí la noticia: la estaban sedando. Era cuestión de horas. El mundo se me vino abajo. Sentí que me arrancaban una parte del alma. Sentí que el aire se volvía más pesado, más difícil de respirar.

Hoy el silencio pesa más. Pero su voz, su alegría, su coraje, siguen resonando en mí. No hay día en que no piense en ella. En su fuerza, en su ternura, en su manera de transformar el dolor en arte. Gracias a ella, que luchó sin tregua, yo decidí seguir siendo profesor, aunque ya cumplí la edad de jubilación voluntaria. Porque cada revisión médica me sigue aterrando, pero su ejemplo me empuja a seguir. A enseñar. A vivir. A mirar cada día como una oportunidad, no como una amenaza.

Y pienso en aquellas palabras de Goytisolo, que ella conocía bien: «La vida es bella, ya verás / como a pesar de los pesares / tendrás amor, tendrás amigos.» Julia fue eso: amor, amistad, belleza en medio del dolor. Fue luz en medio de la oscuridad. Fue poesía en medio del caos. Y aunque el cáncer quiso callarla, nunca podrá borrar lo que fue. Nunca podrá borrar lo que dejó en quienes la conocimos, en quienes la escuchamos, en quienes la amamos.

Descansa, Julia. Tu lucha fue inmensa. Tu legado, eterno. Y cada vez que vea un sticker inesperado, o lea un poema que no conocía, pensaré en ti. Cada vez que escuche una voz que transmite verdad, recordaré la tuya. Cada vez que el miedo me paralice, me aferraré a tu ejemplo. Feliz y poético día, amiga. Hoy y siempre.

Fernando Quirós