Ayuso internacionaliza su imagen mientras la universidad pública madrileña se tambalea… con el aplauso entusiasta de unos rectores en modo tablao flamenco

Por Fernando Quirós

Desde Miami, Isabel Díaz Ayuso ha anunciado el programa Américo Castro, con el que promete incorporar profesores extranjeros a las universidades públicas madrileñas. Un anuncio rodeado de titulares grandilocuentes y sonrisas institucionales… aunque tras la foto, el panorama universitario sigue marcado por recortes, precariedad y una alarmante falta de recursos.

Pero si el anuncio ya olía a escaparate, las imágenes virales del festejo nocturno junto a los rectores de cuatro universidades públicas lo han convertido en parodia: brindis, poses cómplices y atmósfera festiva mientras en sus campus se suceden las denuncias por contratos basura y sueldos congelados. ¿Misiones institucionales o escapadas a todo lujo?

Los rectores, que deberían ser los primeros en exigir financiación, planificación y respeto institucional, han optado por el papel más cómodo: el de figurantes. En vez de defender a su comunidad académica, han preferido ofrecer presencia complaciente, silencio resignado… y disponibilidad absoluta para posar en las fotos.

Lo más inquietante es que esta gira —todavía con parada pendiente en Nueva York— no se presenta como un refuerzo real del sistema, sino como un intento confeso de “neutralizar” la LOSU, una ley estatal que, con sus luces y sombras, al menos se esfuerza por garantizar estándares mínimos de calidad y por frenar el crecimiento desenfrenado de universidades privadas —algunas de ellas auténticos chiringuitos educativos— que brotan en Madrid como níscalos tras la lluvia.

Frente a esto, Ayuso no ofrece un plan académico serio, sino frases de marketing como «¿Por qué conformarse con una casa cuando se pueden tener dos?». ¿Internacionalización o lapsus inmobiliario? Quizá, más que un eslogan educativo, era el primer teaser de su próximo ático de lujo. Y llegado el momento, ¿acudirán también los rectores viajeros y festivaleros a la fiesta de inauguración, copa en mano, como en Miami?

Y la pregunta que ya resuena en los claustros es tan directa como incómoda: ¿Qué van a contar los rectores a sus Consejos de Gobierno cuando regresen? ¿Que ha sido un éxito institucional? ¿Que las cenas fueron exquisitas? ¿O que han contribuido a blanquear una ley autonómica —la LESUC— que puede provocar un agujero financiero de 200 millones de euros anuales que hará inviable el sostenimiento de los campus públicos madrileños?

Y aquí ya no hablamos de diferencias de criterio político. Hablamos de una ruptura con los valores fundacionales de la universidad pública. De una claudicación.

Y por eso, como profesor de la Universidad Complutense tras casi cuarenta años de servicio, no me queda otra que decirlo alto y claro: nuestro rector debe hacer dos cosas sin más demora. Primero, retirar a Isabel Díaz Ayuso el título de Alumna Ilustre, que hoy resulta una ofensa a quienes defendemos la educación pública con hechos, no con fotos. Y segundo, dimitir, por haber acompañado esta farsa en lugar de enfrentarse a ella, por haber preferido la sonrisa en Miami al compromiso en Madrid.

Porque si la universidad no se respeta a sí misma, ¿cómo puede exigir que otros la respeten?