
Por Fernando Quirós
La universidad pública está siendo desmantelada y convertida en un negocio al servicio del capital, donde el conocimiento se mercantiliza y el pensamiento crítico es eliminado. Bajo el modelo neoliberal, la educación superior deja de formar ciudadanos libres para producir trabajadores dóciles, sometidos a los intereses empresariales. Si esta tendencia continúa, la universidad dejará de ser un espacio de conocimiento libre y se convertirá en una herramienta de control, donde la ignorancia y la sumisión reemplazan la cultura y la libertad.

El avance del modelo neoliberal en la educación superior El declive de la universidad pública y la imposición de un modelo neoliberal en la educación superior han sido objeto de críticas por parte de académicos y filósofos en distintos países. En 2015, Martha Nussbaum, al recibir un doctorado honoris causa en la Universidad de Antioquía (Colombia), advirtió sobre el peligro de una educación enfocada exclusivamente en el beneficio económico, dejando de lado habilidades esenciales para la democracia. Según la filósofa estadounidense, si esta tendencia persiste, las futuras generaciones serán entrenadas como herramientas productivas en lugar de ciudadanos con pensamiento crítico. Un año antes, en Europa, un grupo de profesores belgas liderados por Emmanuelle Bribosia y Brigitte D’Hainaut-Zveny publicó la carta de la des-excelencia, un manifiesto contra la comercialización de la universidad y la degradación del trabajo docente mediante evaluaciones estandarizadas de «calidad» y «excelencia» En la misma línea, los académicos holandeses Willem Halffman y Hans Radder denunciaron cómo los administradores del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) han convertido la universidad pública en un sistema de gestión empresarial, donde el profesorado es visto como un obstáculo que debe ser constantemente evaluado, supervisado y sometido a amenazas de despido o reestructuración.
La mercantilización del conocimiento y el debilitamiento del pensamiento crítico Este proceso de transformación ha llevado al desmantelamiento de las universidades públicas sin resistencia significativa por parte de los gobiernos, rectores e incluso parte del profesorado. La educación superior se ha convertido en un instrumento al servicio de corporaciones privadas y entidades financieras, que han logrado someter a los Estados. A largo plazo, esto podría derivar en la retirada del financiamiento estatal a la universidad pública. En este contexto, el conocimiento basado en la duda y la crítica es cada vez menos valorado. La Filosofía ha sido eliminada de los programas educativos, en algunos países. porque fomenta el cuestionamiento, mientras que la Historia resulta peligrosa porque permite comprender el presente a través del pasado. Se pretende que las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) sean aceptadas sin un análisis crítico de su impacto social, relegando cualquier reflexión sobre la sociedad digital. La universidad ya no es un espacio para el pensamiento y la formación de ciudadanos críticos, sino una institución gestionada bajo principios empresariales, enfocada en la enseñanza de habilidades técnicas de aplicación inmediata en el mercado y en investigaciones alineadas con los intereses del modelo neoliberal global.
Las reformas neoliberales y el deterioro de la universidad pública Después de años de reformas neoliberales, el deterioro de la universidad pública en Europa es evidente. En lugar de fortalecer la educación superior, se ha socavado su función esencial: formar ciudadanos libres. El EEES encaja perfectamente en la lógica del capitalismo cognitivo, en la que los Estados han facilitado la intervención de actores empresariales y financieros para desmantelar el papel pedagógico de la universidad. La libertad está directamente relacionada con la cultura, y el modelo educativo actual se opone a la idea de «cultura para la libertad». Los conceptos de «calidad» y «excelencia», promovidos bajo la retórica del modelo boloñés, han servido para justificar una serie de cambios que, lejos de mejorar la educación, han generado efectos adversos. La reducción de años de estudio, la homologación de titulaciones, la proliferación de dobles y triples grados adaptados al mercado laboral, el uso intensivo de TIC y la expansión de universidades virtuales han llevado a una hipercompetitividad, la mercantilización del aprendizaje, la sustitución del conocimiento reflexivo por habilidades instrumentales y la especialización extrema en la investigación, con casos de fraude académico.
Los sistemas de evaluación como herramienta de control Los sistemas de evaluación han sido clave en la transformación de la universidad pública en un modelo de gestión empresarial. La evaluación de la docencia se ha convertido en un mecanismo de control basado en la productividad y el rendimiento económico, afectando tanto a los profesores como a los centros educativos, que deben rendir cuentas ante agencias evaluadoras alineadas con los principios neoliberales del EEES. Lo mismo ocurre con la evaluación de la investigación, donde los criterios estandarizados, diseñados originalmente para las ciencias experimentales, han sido aplicados sin adaptación a las humanidades y ciencias sociales. En lugar de medir la calidad del conocimiento generado, estos sistemas verifican su utilidad para el sector privado, que demanda resultados aplicables a la empresa y las finanzas. Además, el hecho de que los algoritmos de evaluación sean desarrollados por corporaciones transnacionales plantea una cuestión fundamental: mientras la agenda de la investigación esté dictada por el capital, no habrá espacio para estudios que cuestionen el propio sistema de producción del conocimiento.
Conclusión: La universidad, entre el expolio y la encrucijada histórica Nos encontramos ante una encrucijada determinante en la historia de la universidad pública. La transformación de la educación superior en un engranaje funcional del sistema productivo ha sido gradual, silenciosa y, en muchos casos, consentida. Bajo el pretexto de la modernización y la eficiencia, se ha instaurado un modelo tecnocrático y empresarial que reduce el conocimiento a mercancía, la investigación a inversión rentable, y la enseñanza a simple entrenamiento funcional.
El debilitamiento estructural de la universidad no es accidental: forma parte de un diseño ideológico que busca despojarla de su papel emancipador. La mercantilización del saber no solo implica una pérdida de contenido académico, sino una renuncia social a la posibilidad de formar ciudadanos autónomos, críticos y culturalmente conscientes. Al sustituir la cultura por competencias, el pensamiento por productividad, y la libertad académica por mecanismos de control, lo que se desmantela no es solo una institución, sino una visión del mundo en la que la educación es un bien público y la universidad un espacio de resistencia intelectual.
Este proceso, que se extiende a escala global, no es irreversible. La defensa de la universidad pública exige una recuperación del valor del conocimiento crítico, de la investigación desinteresada y del compromiso con la democracia. Supone también una reivindicación del profesorado como agente pedagógico y no como pieza reemplazable en una cadena de montaje académica.
Frente a la lógica que instrumentaliza el saber, urge recuperar la universidad como espacio de cultura, de pensamiento incómodo y de confrontación con los discursos dominantes. Si aspiramos a sociedades libres, igualitarias y con conciencia histórica, la universidad pública no puede ser sacrificada en el altar del mercado. No estamos simplemente perdiendo un modelo educativo: estamos asistiendo al desmantelamiento de uno de los últimos bastiones que permite pensar más allá de la utilidad inmediata y soñar, aún, con otros futuros posibles.

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