
Por Fernando Quirós
Ayer, 6 de junio, Ángel Luis Rubio Moraga asumió el cargo de decano de la Facultad de Ciencias de la Información en una ceremonia institucional presidida por el rector Joaquín Goyache. En el acto, tanto el decano saliente como el entrante pronunciaron discursos. En estos momentos, no solo corresponde felicitarle, sino también desearle éxito en su gestión al frente de la facultad.
Un legado incómodo y la necesidad de cambio
Hubo tres aspectos llamativos en los discursos del decano saliente y del entrante. En primer lugar, la repetitiva y narcisista insistencia de Jorge Clemente Mediavilla en que “lo he hecho todo bien”, pese a haber sido el peor decano que ha tenido la facultad. En segundo lugar, la sospechosa aceptación, casi emotiva, de su legado por parte del nuevo decano. Y, en tercer lugar, la paradoja de los grandes ejes de actuación anunciados por Rubio: si atendemos al mensaje de Clemente, los objetivos que plantea ya habrían sido alcanzados. Basta revisar la autopromoción impulsada por el vicedecano de comunicación para comprobarlo.
Rubio acierta al afirmar que gobernar no es borrar, sino sumar. Sin embargo, también es fundamental saber empezar de cero cuando es necesario. Y en cero está la reforma del plan de estudios, el eje central de su programa. Él conoce bien las razones del fracaso del Nuevo Mapa de Titulaciones: tanto por el diseño del proyecto como por el procedimiento elegido para implementarlo, además del liderazgo deficiente que, lejos de impulsarlo, primero lo bloqueó y luego lo condujo a un callejón sin salida.
El reto de consolidar un liderazgo propio
No obstante, su elección fue el resultado de una estructura de poder bien consolidada, respaldada por una red de apoyos que garantizó su victoria. La aplicación de normativas previas a la LOSU y el control de la Junta por partidarios de Jorge Clemente hicieron que su triunfo fuera prácticamente inevitable.
El resultado de las elecciones ha sido incontestable: Rubio ha obtenido 40 de los 69 votos posibles, asegurando una victoria clara. Sin embargo, los otros dos candidatos han sumado 27 votos en conjunto, un porcentaje significativo que no debe ser ignorado. Este respaldo a la alternativa refleja una parte sustancial de la comunidad universitaria que demanda cambios y cuya voz deberá ser tenida en cuenta en la nueva gestión.
Ahora, Rubio enfrenta el desafío de establecer su propia autoridad y desprenderse de la sombra de su mentor. Sin embargo, la red clientelar que lo eligió no le permitirá desligarse del pasado fácilmente. Cualquier intento de cambio radical podría costarle el apoyo necesario para un mandato estable.
Además, Rubio será el último decano elegido por la Junta de Facultad. A partir del próximo mandato, el decanato será elegido por sufragio universal, un cambio que reducirá significativamente el margen de maniobra de las redes clientelares tejidas por Clemente. Con un sistema más abierto y participativo, la influencia de los grupos de apoyo internos se verá limitada, lo que obligará a los futuros candidatos a construir su legitimidad sobre una base más amplia y representativa. Este nuevo escenario añade presión a Rubio, quien deberá demostrar que su liderazgo puede trascender las estructuras que lo han llevado al cargo.
En este contexto, no es baladí que la Junta de Facultad deba renovarse en 2026. Para entonces, las relaciones de fuerza podrían haber cambiado en función de la gestión que se haya desarrollado hasta ese momento. La composición de la nueva Junta será clave para definir el rumbo de la facultad en los años siguientes, y su evolución dependerá en gran medida de la capacidad de Rubio para consolidar un proyecto que convenza más allá de los apoyos heredados. La transición hacia un modelo de elección más abierto y la futura reconfiguración de la Junta añaden incertidumbre al panorama, haciendo de los próximos años un periodo decisivo para el futuro institucional de la facultad.
Las primeras señales de su gestión
La primera señal que todos esperan para que la mejora de la facultad no se quede en discursos, sino que se traduzca en hechos, es la conformación de su equipo de gobierno. Es obvio que, tan indiscutible como el resultado de las elecciones, es el derecho del decano recién elegido a confeccionar su equipo de gobierno, seleccionando para ello a las personas que, siguiendo su propio criterio, sean las mejores para desarrollar su programa y hacer frente a los importantes retos que la facultad tiene planteados.
La cuestión, ahora, es si tiene las manos libres. Durante la campaña se prometió continuidad a todos los vicedecanos a cambio de su voto, pero algunos de estos puestos, claves en cualquier equipo decanal, deberían ser ocupados por otras personas. Además, ciertos nombres que han circulado en los últimos días, conocidos por sus acciones zafias y ajenas al espíritu universitario, no deberían formar parte del equipo.
El tiempo dirá si Rubio logra consolidar una gestión que responda a las necesidades reales de la Facultad de Ciencias de la Información o si su mandato quedará atrapado en inercias del pasado. La comunidad universitaria estará atenta a sus primeros movimientos, esperando que sus decisiones reflejen un compromiso genuino con la mejora institucional. Más allá de las expectativas y las dudas, su liderazgo será juzgado por los hechos, no por las palabras.
Un voto de confianza por el bien de la facultad
Este decano no era la opción que yo prefería, y durante la campaña he sido muy duro con él. No retiro nada de lo dicho. Pero es de gente cabal, universitaria y que ama a la casa donde se formó—y donde hoy es el catedrático más antiguo—felicitar a Ángel Luis Rubio, desearle suerte y, si ¡ojalá! se separa del octenio ominoso de Jorge Clemente, ponerme a su disposición para trabajar en favor de una facultad mejor.

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