La transformación del Trabajo de Fin de Grado: de la investigación académica a la burocracia universitaria

Por Fernando Quirós

El TFG ha pasado de ser una herramienta académica a convertirse en un requisito burocrático dentro de un sistema universitario gerencial. La presión administrativa, la masificación y la falta de autonomía han afectado su calidad y profundidad. La universidad pública, al competir con las privadas, ha adoptado este modelo, poniendo en riesgo su papel como espacio de conocimiento independiente.

De la academia a la burocracia

Los Trabajos de Fin de Grado (TFG) comenzaron a exigirse en España con la implantación del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), impulsado por el proceso de Bolonia. Este cambio estructural, consolidado en 2010, estableció el TFG como requisito obligatorio para la obtención del título de grado. Sin embargo, más allá de su función académica, los TFG se han integrado en la lógica de la universidad gerencial, donde la obsesión por la calidad y la excelencia ha redefinido el propósito de la educación superior.

Las universidades públicas anteriores al EEES no eran el mejor sistema posible, pero cualquier comparación con el modelo de Bolonia las deja claramente en ventaja. Contaban con una mayor autonomía en la formación académica y ponían un énfasis más profundo en el conocimiento crítico y la investigación. Sin embargo, para competir con las universidades privadas, han terminado adoptando rápidamente el modelo gerencial, lo que ha generado una transformación acelerada en su estructura y su misión educativa.

De la investigación al modelo gerencial

En este modelo, los TFG han pasado de ser una herramienta de investigación y pensamiento crítico a convertirse en un mecanismo influenciado por el mercado y la lógica empresarial. La calidad y la excelencia, entendidas desde criterios de gestión, han reconfigurado estos trabajos como instrumentos de validación de competencias más que de producción de conocimiento.

Las universidades han promovido una orientación práctica de los TFG para mejorar su posicionamiento en rankings académicos y aumentar su impacto social. Muchos se diseñan para responder a necesidades empresariales, fortaleciendo la vinculación entre el ámbito universitario y el sector productivo. Si bien esto facilita la inserción laboral, también plantea preocupaciones entre quienes defienden una educación centrada en la reflexión crítica.

Las antiguas tesinas frente a los TFG

A diferencia de los actuales TFG, que son una asignatura obligatoria dentro del grado y se realizan en el último año, las antiguas tesinas eran voluntarias y se llevaban a cabo después de obtener la licenciatura. Esto permitía que solo los estudiantes interesados en la investigación se dedicaran a ella, favoreciendo una exploración más profunda y autónoma del conocimiento.

Además, la relación con el director de tesina era más cercana. Estos profesores guiaban al estudiante en su proceso de investigación con mayor implicación, mientras que los tutores de TFG, debido a la masificación y falta de recursos, suelen limitarse a un acompañamiento burocrático centrado en el cumplimiento de requisitos formales.

El impacto del TFG en la carga académica del estudiante

Al ser una asignatura más dentro del grado, el TFG representa una carga adicional para los estudiantes, quienes deben compaginarlo con la evaluación de todas las materias del último año. La mayoría no trabaja en él de manera constante y solo lo aborda cuando el curso está terminando, lo que deriva en trabajos apresurados y de baja calidad.

El tutor, además, no puede exigir al alumno que dedique tiempo al TFG durante todo el año. Dado que los estudiantes priorizan las asignaturas con exámenes, el trabajo final queda relegado, afectando su rigor y profundidad.

La burocratización del TFG

A esta transformación se suma una creciente burocratización del proceso. La imposición de plantillas estandarizadas y la adaptación a criterios administrativos han convertido el TFG en un trámite más que en una oportunidad para la investigación. En muchos casos, los estudiantes dedican más esfuerzo a cumplir requisitos formales que a desarrollar un trabajo original y analítico.

Por el contrario, las tesinas evitaban estos problemas burocráticos, favoreciendo una mayor flexibilidad metodológica y temática. Mientras que los TFG han quedado atrapados en una maraña de trámites, las tesinas permitían una producción intelectual más libre y rigurosa.

Defensa y evaluación de las tesinas vs. TFG

Las tesinas solían contar con una defensa más exigente ante un tribunal compuesto por expertos en la materia. La evaluación se basaba en la solidez metodológica y el impacto académico del trabajo, incentivando una investigación más profunda.

En cambio, muchos TFG han reducido la defensa a una mera exposición técnica, e incluso en algunas universidades se ha eliminado, sustituyéndola por una simple entrega del documento, restando valor al proceso argumentativo y al debate académico. Además, la evaluación de los TFG prioriza el cumplimiento de normativas formales sobre la calidad investigadora, reforzando la lógica administrativa.

Críticas y respuestas al modelo actual

Las críticas han surgido desde distintos sectores. Los docentes denuncian la precarización de su labor al dirigir múltiples trabajos sin recursos adecuados. Los intelectuales advierten que el TFG es un símbolo de la mercantilización de la educación, donde el conocimiento pierde su valor intrínseco y se somete a criterios de productividad.

En respuesta, algunos sectores han impulsado reformas para recuperar el carácter exploratorio del TFG, flexibilizando su estructura y permitiendo a los estudiantes abordar temas con mayor libertad y profundidad. Sin embargo, el modelo gerencial sigue predominando.

Conclusión: el futuro de los TFG y la universidad

Este debate forma parte de una discusión más amplia sobre el papel de la educación superior en la sociedad contemporánea. ¿Debe la universidad priorizar la empleabilidad y la vinculación con el mercado, o recuperar su función crítica y transformadora?

La implantación del modelo gerencial ha supuesto una redefinición de la educación, donde los indicadores de productividad han reemplazado la búsqueda del conocimiento por sí mismo. En este contexto, los TFG han dejado de ser una herramienta de investigación para convertirse en un requisito burocrático que, en muchos casos, limita la creatividad y la reflexión crítica de los estudiantes.

Si la universidad sigue subordinando sus estructuras a las demandas empresariales y los estándares de eficiencia, corre el riesgo de perder su papel fundamental como espacio de pensamiento autónomo y debate intelectual. La educación no debería medirse únicamente en términos de inserción laboral inmediata, sino en su capacidad para formar ciudadanos con criterio, preparados para afrontar los desafíos sociales, culturales y científicos del futuro.

Es necesario replantear el propósito del TFG y de la universidad en su conjunto. La supervivencia de la educación pública dependerá de su capacidad para resistir la mercantilización y recuperar su función como garante del conocimiento y del pensamiento libre. Si las universidades no encuentran un equilibrio entre formación académica y exigencias del mercado, su papel como instituciones independientes podría quedar seriamente comprometido.

La pregunta clave es si la universidad será capaz de recuperar su esencia o si, por el contrario, acabará por convertirse en un simple engranaje dentro de una lógica productivista. La respuesta a este dilema marcará el futuro de la enseñanza superior y su impacto en la sociedad.