DOCENTIA: ¿Evaluación de calidad o herramienta de control?

Por Fernando Quirós

Desde hace años, la universidad ha sido objeto de una profunda transformación bajo el marco del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Se nos dice que la calidad y la excelencia son pilares fundamentales del progreso educativo, pero ¿hasta qué punto estas ideas responden realmente a una mejora en la enseñanza? En este contexto, el Programa DOCENTIA, promovido por la ANECA, se presenta como un mecanismo de evaluación docente, aunque sus efectos sobre el profesorado y la autonomía universitaria generan cada vez más controversia.

DOCENTIA se vende como un programa para gestionar la calidad de la enseñanza, pero en la práctica impone un modelo único de evaluación basado en criterios cuantitativos. Bajo esta lógica, la docencia deja de medirse por el compromiso con el aprendizaje y el pensamiento crítico, y se reduce a la satisfacción de agentes externos, el cumplimiento de estándares institucionales y la eficiencia en la obtención de resultados. En otras palabras, el docente no es valorado por la profundidad de su enseñanza, sino por su alineación con la burocracia académica.

Este sistema, lejos de fomentar la mejora pedagógica, ha consolidado la precarización del profesorado. La obsesión por métricas cuantificables ha generado un clima de competencia extrema en las universidades, donde los docentes se ven forzados a demostrar su adecuación a criterios impuestos para asegurar estabilidad laboral, incentivos económicos o ascensos. En algunas universidades, incluso puede derivar en la suspensión de la actividad docente tras varias evaluaciones negativas, una amenaza silenciosa que presiona a los profesores a ajustarse a los dictados del modelo gerencial.

DOCENTIA es una formidable herramienta de control. Este programa tiene efectos sobre la política de profesorado de las universidades en aspectos tales como la formación y desarrollo (por la vía de la reflexión del profesor), la promoción personal y profesional o los incentivos económicos (complementos retributivos al profesorado). La propia ANECA advierte, desde su página web, sobre las “consecuencias” de DOCENTIA: las evaluaciones son tenidas en cuenta para la renovación de la acreditación inicial de los títulos oficiales (programas ACREDITA), y la evaluación para la renovación de la acreditación y para la obtención de sellos europeos (programa ACREDITA Plus) y la acreditación para acceso a los cuerpos de funcionarios docentes universitarios (programa ACADEMIA).Bajo la excusa de garantizar la calidad universitaria, se ha instalado un sistema donde la docencia se convierte en una carrera de obstáculos, dirigida por criterios productivos y comerciales.

El Programa DOCENTIA-UCM sigue esta misma lógica, estructurándose en tres fases de evaluación de la actividad docente:

  1. Encuestas a los estudiantes (65,50%) La opinión del alumnado constituye la mayor parte de la evaluación, lo que plantea una seria discusión sobre su objetividad y representatividad. Basta con un 15% de los matriculados para que la encuesta sea válida, lo que puede generar distorsiones si quienes responden no reflejan la diversidad de perspectivas de la clase. Además, las preguntas formuladas, como la percepción de la competencia del profesor o su capacidad de motivación, parecen más basadas en impresiones subjetivas que en criterios pedagógicos sólidos.
  2. Autoevaluación del profesor (27,50%) Este mecanismo se asemeja más a un ejercicio de autoinculpación que a una herramienta para la mejora real de la enseñanza. Se exige al docente que detalle sus propias deficiencias y proponga soluciones, pero sin garantías de apoyo institucional para aplicar mejoras. En lugar de servir como una vía para el desarrollo profesional, puede convertirse en una carga burocrática sin impacto real en la calidad docente.
  3. Evaluación del departamento (4%). Esta fase es elaborada por la dirección del departamento y accesible para el profesor evaluado. La transparencia de este proceso puede facilitar que los informes sean demasiado complacientes, reduciendo su capacidad de diagnóstico y corrección. Si los resultados tienden a ser siempre positivos o muy positivos, el objetivo de evaluar la calidad docente se ve claramente comprometido. Pero también puede ocurrir que el director/a de departamento evalúe negativamente al profesor/a porque tiene diferencias académicas e incluso personales con el o con ella.

El 3% restante se extrae de las bases de datos de la propia universidad, donde se recoge, por ejemplo, en qué Grupos de Innovación Docente se participa, si es como director o como simple miembro, etcétera.

Y ahora viene la parte punitiva. La participación en el programa es obligatoria, y la no inscripción en el sistema tiene consecuencias directas. No inscribirse conlleva automáticamente una evaluación «no positiva» y si se obtienen dos evaluaciones «no positivas» consecutivas, se le castiga con tener que  realizar actividades formativas para mejorar sus competencias en las áreas donde ha mostrado debilidades. Estas actividades se llevan a cabo durante un curso académico. Además, debe inscribirse en el Programa de Apoyo a la Enseñanza (PAE) en la convocatoria correspondiente, con lo que se refuerza la lógica de control y estandarización de la docencia, donde la percepción de los estudiantes adquiere un peso determinante, a menudo por encima de otros factores pedagógicos y académicos.

El sistema garantiza que quienes no se adaptan a los requisitos que exige la ANECA serán castigados y disciplinados, lo que refuerza su carácter más punitivo que formativo. Sin embargo, esto no significa que quienes culminan el proceso con el título de «profesor excelente» realmente posean una enseñanza de calidad. Su dependencia de valoraciones subjetivas, su enfoque burocrático y la falta de mecanismos efectivos para garantizar mejoras pedagógicas reales hacen que el reconocimiento obtenido sea más un trámite administrativo que una certificación de excelencia. La evaluación parece más centrada en el cumplimiento normativo que en el impacto educativo real. La excelencia en la enseñanza requiere un proceso más profundo, basado en criterios pedagógicos sólidos y en un seguimiento efectivo de la calidad docente. ¿Es este el tipo de evaluación que mejora la docencia, o simplemente perpetúa una imagen institucional sin sustancia?

Concluyamos. Este tipo de mecanismos no mejoran la enseñanza, por el contrario, están configurando una universidad cada vez más alejada de su misión académica. ¿Queremos un espacio de pensamiento libre y crítico, o un entorno donde la calidad educativa se mida por su rentabilidad? En este debate, DOCENTIA, como los sexenios de investigación, es solo una pieza más de un engranaje que avanza sin frenos hacia la mercantilización del conocimiento y la destrucción de la propia universidad.