
Por Fernando Quirós
«No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo.»
Esta frase, atribuida a Voltaire, sintetiza el principio esencial de la libertad de expresión: garantizar que todas las voces, incluso las incómodas, puedan ser escuchadas. En este blog he criticado con dureza el «periodismo casposo» de ciertos medios, pero nunca impediría su acceso a la facultad ni hostigaría a sus periodistas por ejercer su profesión. Sin embargo, lo sucedido recientemente en la Facultad de Ciencias de la Información parece contradecir esta idea.
Una periodista fue increpada mientras cubría las elecciones, con exigencias para que revelara sus fuentes y con descalificaciones a la línea editorial de su medio. Se trataba de Estrella Digital, ubicado frecuentemente en la extrema derecha, y la periodista Ángeles Moya. La ofensiva no terminó ahí: el vicedecano de Comunicación prolongó el ataque en redes sociales y otro profesor afín difundió en la lista de correo institucional un mensaje con insultos hacia la periodista y su medio.
Cuando, en 2023, medios de esta misma orientación ideológica (Es.Radio, COPE, El Mundo, ABC) atacaron a una alumna con premio extraordinario y a la propia facultad, el decano se puso de perfil y su vicedecano de comunicación guardó silencio. La alumna fue sometida a escarnio público, y hubo incluso quienes pidieron el cierre de la facultad. Pero la responsabilidad no se limita al vicedecano: el propio Jorge Clemente, ahora en funciones, amenazó hace unas semanas con cancelar la emisión de un programa de Radio Nacional, En la cresta de la onda, si intervenía, como estaba previsto, la profesora Pilar Cousido, que había anunciado su candidatura a decana. Tanto el director del programa, Fernando Orea, como la periodista Ángeles Moya, estudiaron en esta facultad. Ambos han coincidido en decir: «Nunca me han censurado y he tenido que volver a mi facultad para que sí lo hagan.» El doble rasero es evidente.
La lección de la historia
Desde Sócrates, condenado por cuestionar los dogmas establecidos, hasta Cicerón, defensor de la elocuencia como herramienta contra la tiranía, la historia está llena de ejemplos sobre los riesgos de limitar la libre expresión. Erasmo, con su Elogio de la locura (1511), desenmascaró el dogmatismo y reivindicó el pensamiento crítico. Durante la Ilustración, Voltaire denunció la persecución ideológica en su Tratado sobre la tolerancia (1763), dos siglos después.
Las revoluciones francesa y americana consolidaron estos principios con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) y la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos (1791), dejando claro que la información debe circular sin miedo a represalias.
En tiempos más recientes, organismos internacionales han reafirmado estos principios. La ONU, en su Declaración Universal de los Derechos Humanos, establece en su artículo 19 que «todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión». La UNESCO, por su parte, ha promovido la libertad de prensa como pilar fundamental de la democracia, alertando sobre los peligros de la censura y la desinformación. El Consejo de Europa, en su Convención Europea de Derechos Humanos, protege el derecho a la libertad de expresión, subrayando que cualquier restricción debe ser excepcional y debidamente justificada.
Todo esto conforma un legado intelectual y político que ha guiado a sociedades democráticas hacia la protección del pensamiento crítico y la libre circulación de ideas. Sin embargo, durante el Octenio Ominoso de Jorge Clemente (2017-2025), los responsables de gobernar nuestra facultad han estado ajenos a estas enseñanzas, actuando con un preocupante desconocimiento—o indiferencia—ante los principios fundamentales que deberían regir una institución dedicada al estudio de la comunicación.
¿Hora de asumir responsabilidades?
Aplicar la transparencia de manera selectiva y deslegitimar el trabajo periodístico según conveniencias políticas plantea un dilema grave para la Facultad de Ciencias de la Información. ¿Se defiende realmente la libertad de expresión o solo cuando es conveniente?
Tal vez la salida más honesta sea la dimisión del vicedecano, o su no renovación por el decano electo, un gesto de responsabilidad para restaurar la credibilidad de la institución. La libertad de expresión no se defiende cuando es cómoda, sino cuando es incómoda.
Voltaire nos recordaría que el verdadero desafío no es proteger nuestras ideas, sino garantizar el derecho de los demás a expresarse. La historia ha demostrado que la censura nunca detiene el avance del pensamiento. La pregunta es si la facultad donde se enseña Periodismo quiere alinearse con quienes promueven el debate abierto o con quienes perpetúan el silenciamiento.

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