Ciencias de la Información:un relato distópico y demencial

Por Fernando Quirós

NOTA BENE: Las personas que se citan y los hechos que se relatan aquí son producto de la fantasía del autor. Si ciertos procedimientos administrativos y de control en la Facultad de Ciencias de la Información recuerdan a los descritos en obras distópicas como 1984 de George Orwell o El Proceso de Franz Kafka, el paralelismo no es intencionado ni casual, sino inevitable en un mundo donde la burocracia y el control pueden llegar a extremos absurdos.

UNA FACULTAD MUERTA

La Facultad de Ciencias de la Información se erguía imponente, pintada toda de blanco, con sus paredes limpias y relucientes. No había carteles de alumnos en los pasillos, ni mensajes de protesta o reivindicación. El silencio era casi sepulcral, sin el bullicio habitual de estudiantes discutiendo o riendo. No había reuniones de estudiantes ni de profesores en los pasillos, ni debates apasionados sobre los temas del día.

En su lugar, las pantallas de información que se alineaban en los pasillos anunciaban con mensajes tranquilizadores que todo iba bien en la facultad. «La Facultad de Ciencias de la Información sigue adelante con éxito», rezaba uno de los mensajes. «Nuestros estudiantes están satisfechos con la calidad de la enseñanza», decía otro.

La atmósfera era tan controlada y aséptica que, estudiantes, profesores y personal administrativo comenzaron a comparar la facultad con Theresienstadt, el campo de concentración nazi que fue presentado como un «modelo» de campo de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. O incluso con el mundo descrito por George Orwell en 1984, donde la verdad era manipulada y la libertad era una ilusión. La facultad parecía estar viviendo en un estado de vigilancia constante, donde cualquier forma de disidencia o pensamiento crítico era rápidamente silenciada.

Se rumoreaba que el decano había creado un «Ministerio de la Verdad» dentro de la facultad, dedicado a reescribir la historia y manipular la información para adaptarla a los intereses del régimen. Los que se atrevían a cuestionar la versión oficial de los hechos eran sometidos a una especie de «vaporización» académica, desapareciendo de la facultad sin dejar rastro.

En este laberinto burocrático, los estudiantes se sentían como el protagonista de «El Proceso» de Kafka, enfrentados a una maquinaria administrativa incomprensible y omnipotente. Intentaban obtener respuestas, pero las puertas se cerraban, las ventanas se tapiaban y las voces se silenciaban. La sensación de absurdo y desesperanza era palpable, y algunos profesores y estudiantes comenzaban a preguntarse si estaban atrapados en una pesadilla kafkiana de la que no podían despertar.

Y para empeorar las cosas, se rumoreaba que el decano había designado a un sucesor, un hombre sin rostro ni voz propia, que parecía destinado a perpetuar el régimen de control y manipulación en la facultad. El sucesor, un individuo gris y anodino, parecía haber sido elegido precisamente por su falta de carisma y su capacidad para seguir órdenes sin cuestionarlas. La facultad parecía estar condenada a una eternidad de opresión y silencio, y los estudiantes se preguntaban si alguna vez podrían escapar de esta prisión académica.

La marca del señor oscuro parecía haberse instalado en el otrora templo de libertad, y las mortíferas políticas del decano y su sucesor parecían destinadas a perpetuarse eternamente. Algunos estudiantes susurraban en voz baja el nombre de «Voldemort», el señor de la oscuridad de la serie de Harry Potter, como si fuera un símbolo del clima irrespirable que se había apoderado de la facultad.

Al final, huyeron. La facultad estaba muerta. Sus aulas vacías, sus pasillos silenciosos, sus pantallas de información apagadas. La opresión y el silencio habían triunfado, y solo quedaba un recuerdo de lo que una vez fue un lugar de aprendizaje y libertad.

Y UN AVISO PARA INDIGNADOS