Por Fernando Quirós

La exigencia de tener reconocidos sexenios de investigación es una forma perversa de disciplinar al profesorado universitario. Me recuerda mucho a lo que ocurre en la novela de H.G. Wells, “La máquina del tiempo”, donde. los morlok, seres del inframundo, hacían sonar sus sirenas para que los Eloi acudieran al subsuelo, hipnotizados por la llamada. Una vez allí eran devorados. Año tras año, se repite la historia.
Los sexenios empezaron siendo una forma voluntaria de someter el trabajo de los investigadores a un sistema de evaluación nacional, que les suponía un complemento adicional en su nómina. En absoluto, tener tramos reconocidos por la Comisión Nacional Evaluadora de la Actividad Investigadora (CNEAI), era necesario para poder concursar a plaza s de profesorado en la universidad pública. Tampoco eran necesario para formar parte de tribunales de plazas o de tesis doctorales y, mucho menos, de plazas docentes.
Pero, a la chita callando, los gobiernos y las universidades públicas empezaron a considerar tener un sexenio reconocido como mérito preferente para determinados asuntos. En los años recientes, desde la implantación del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), los sexenios han terminado por ser necesarios para todo. Todo ello, sin olvidar que, desde la Ley Wert, hizo acto de presencia el “sexenio vivo” que hoy es la llave para la vida de un profesor universitario. Y, para completar este sindiós, el sistema de evaluación de los méritos que cada profesor alega para no ser devorado es profundamente injusto e imperfecto.

Prisioneros del empirismo y la bibliometría.
Yo pertenezco al campo de las ciencias sociales, en concreto al de la comunicación, y nunca estuve, ni lo estoy ahora, de acuerdo, con quienes se aferran a la sentencia, que se atribuye a Leonardo, según la cual, ninguna investigación merece el nombre de ciencia si no pasa por la demostración matemática. Esto, aplicado al campo de las ciencias de la información/comunicación es una boutade y por eso tampoco admito que la bibliometría (aplicar métodos matemáticos y estadísticos a toda la literatura de carácter científico y a los autores que la producen, con el objetivo de estudiar y analizar la actividad científica) sirva para medir la calidad de la investigación en nuestro campo. En todo caso es una herramienta que proporciona datos adicionales a la imprescindible evaluación cualitativa. Nada más.
Desde que se implantó el sistema de evaluación por sexenios, la CNEAI se decantó por el seguidismo de lo anglosajón, tanto en el sistema de evaluación del impacto de una publicación como en las bases de datos o registros que se tendrían en cuenta de forma preferente. Se impuso la preeminencia de los repositorios anglosajones privados que aplican la bibliometría a la evaluación de la ciencia en todos los campos.

El Sistema Pritchard
Se ha impuesto un método de evaluación en el que domina a placer lo que yo llamo el “sistema Pritchard”, que extraigo de la película “El Club de los Poetas Muertos” (1989). En ella, el histriónico Mr.Keating pide a uno de sus alumnos que lea la introducción que para un manual de poesía había escrito J. Evans Pritchard, doctor en Filosofía. El alumno lee:
Entender la Poesía, por J Evans Pritchard, doctor en Filosofía. Para entender fondo la poesía debemos antes familiarizarnos con su métrica, su rima y figuras retóricas, y luego hacernos dos preguntas: una, ¿con cuanto talento se ha conseguido el objetivo del poema? y dos ¿qué importancia tiene dicho objetivo? La pregunta uno mide la perfección del poema. La pregunta dos su importancia. Y una vez estas preguntas están contestadas determinar la grandeza resulta una tarea relativamente fácil. Si la medida de perfección de un poema se coloca en la horizontal de una gráfica y su importancia se marca en la vertical, entonces, calculando el área total de un poema, tendremos la medida de su grandeza. Un soneto de Byron puede puntuar mucho en la vertical pero sólo lo normal en la horizontal. Un soneto de Shakespeare, por otra parte, medirá mucho en la horizontal y en la vertical, dando un área masiva total que nos demostrará que el poema es realmente grande. Al ir viendo los poemas de este libro practiquen este método de medición. Al aumentar su habilidad para evaluar los poemas de esta manera también aumentará su disfrute y comprensión de la poesía.
Mr. Keating ordena a sus alumnos arrancar toda la introducción de Pritchard y, cuando éstos lo hacen, un primer plano nos muestra lo que había debajo de la costra de la medición: Poesía.
Esto es precisamente lo que pasaría si arrancásemos la costra que sobre la actividad científica en nuestras ciencias han ido formando los bibliómetras a partir del texto de Garfield (1972), “Citation Analysis as a Tool in Journal Evaluation” y de su “Impact Factor”y de otros que han ido apareciendo después para taponar las muchas vías de agua que se abrieron desde muy pronto en los tres índices principales del “Journal Citation Report (JCR)”. Vano intento: todos los sistemas de evaluación alternativos parten de la creencia de que lo más citado es lo más importante.
Se impuso así el imperio de las citas y se sigue utilizando hoy. No solo hay que publicar en determinadas revistas y editoriales, sino que el criterio de calidad básico es el número de veces en que tu trabajo es citado por otros autores. Todos estos índices son verdaderos sofismas y además son imperfectos. La infalibilidad de los algoritmos ha sido puesta en entredicho en muchísimas ocasiones, incluso en el campo de las llamadas ciencias experimentales, o ciencias puras. Ya en 2002, un editorial de la revista Nature denunció inexactitudes y errores graves a la hora de aplicar el factor de impacto del JCR. Luego se han ido sucediendo las denuncias, hasta el punto de que una búsqueda simple en internet arrojará decenas de artículos muy críticos con este indicador, sobre todo por la “ingeniería” de los editores para mejorar sus índices, la auto citas y las comunidades de citas. No valió absolutamente para nada. sea cual sea el sistema que se utilice, lo realmente importante es esto: la cuantificación de citas no sirve para medir de forma adecuada, la ciencia que se basa en el prestigio, sino que es, eminentemente, una manera de evaluar la popularidad de una revista científica. Decía Mark Twain que “existen mentiras verdades y estadísticas” y yo añado que la evaluación de la investigación es algo demasiado serio como para dejarlo en manos solamente de los bibliómetras. Y aun digo más: demasiado importante para dejar en las manos de los burócratas de la ANECA que son los morlok, de nuestro maltrecho sistema universitario.

En nuevas entradas del blog, me ocuparé de cómo este sistema ha derivado en la creación de un sistema piramidal de revistas y editoriales; de cómo en torno a nuestro trabajo científico se ha construido una verdadera industria privada con ánimo de lucro, con la que se lucran a nuestra costa los espabilados de guardia sin que nosotros recibimos un céntimo por nuestro trabajo que a ellos, sin embargo, les reportan pingües beneficios y, de como hemos llegado a tener que admitir la selección y clasificación de los investigadores en el que quien tiene dinero para pagar a esa industria publica y se asegura una evaluación positiva y quien no lo tiene es finalmente devorado por los morlok. Por ahora, me basta con recordar a Walt Whitman, que nos legó este bello poema, “El Astrónomo”, que me viene bien como broche a todo lo escrito:
Cuando oí al docto astrónomo/cuando tuve ante mí las pruebas y los números dispuestos en columnas/cuando me presentaron los cuadros y diagramas para que los sumara, dividiera y midiera/ cuando, desde mi asiento, oí al astrónomo dictar su conferencia y suscitar aplausos en el aula, me harté de pronto, inexplicablemente/ y luego de pararme y de salir, me fui a deambular solo, en el húmedo aire místico de la noche; y así, de tanto en tanto, contemplaba en perfecto silencio las estrellas”.
Nada más. Nada menos.
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